Carlos Saura recibió el Simón de Honor el pasado 14 de mayo por parte de la ACA. Antonio Tausiet escribe su particular visión de la visita, a quien agradecemos su colaboración.

Carlos Saura, en Zaragoza. “Qué bien se está cuando se está bien”

Por Antonio Tausiet (www.tausiet.com)

Gracias a las buenas artes de Javier Espada, director del Centro Buñuel de Calanda y miembro de la ACA (Asamblea de Cineastas Aragoneses / Academia del Cine Aragonés), el director oscense Carlos Saura acudió a Zaragoza el 14 de mayo de 2013 para recibir el Premio Simón de Honor, en el marco de la gala de entrega de los II Premios del Cine Aragonés organizada por la citada Academia y dirigida por la periodista y actriz Ana Esteban.

Saura, con sus 81 años, amaneció en la capital aragonesa rebosante de energía. Y eso que se había levantado de la cama en su domicilio de la sierra madrileña a las cinco de la mañana… después de haber recibido otro premio en Lisboa, la misma tarde del día anterior.

Los responsables de la ACA le recogieron en la estación de tren: Saura es un amante del ferrocarril, pese a que tiene su propio coche, que usa lo menos posible. El avión –que se vio obligado a tomar para ir a Portugal– tampoco está entre sus preferencias para desplazarse.

Una vez en su hotel, frente al Teatro Principal, vivió un día maratoniano, sin torcer el gesto en ningún momento. Al contrario: se mostró generoso y vivaz. La apretada agenda que se le preparó incluyó una entrevista para un documental, una nutrida rueda de prensa, atención personalizada a los medios, una divertida comida con los miembros de la ACA, la asistencia a la gala… y entre una y otra actividad, decenas de pequeñas conversaciones con cuantas personas nos acercábamos a acompañarle y conocerle.

En estas charlas distendidas, Saura mostró su lado más humano. Está dotado de la dosis necesaria de ingenuidad, propia de los grandes artistas con mirada curiosa y certera. Entre referencias a lo cotidiano, como su costumbre de llegar antes a las citas porque no le importa esperar, la referencia obligada a Luis Buñuel, su gran amigo y en cierto modo mentor.

Pedro Aguaviva, veterano realizador independiente de la ciudad, le comentó que mis obras son un exponente del surrealismo. Ante mis reparos para utilizar ese término a la ligera, Saura me dijo que quizás si utilizáramos “surrealismo aragonés” la cosa se suavizaría. Nos contó la anécdota de que Buñuel se autodenominaba socarronamente “el mejor director surrealista aragonés de la historia del cine”.

Durante la comida, a preguntas de José Ángel Delgado, presidente de ACA, Carlos Saura explicó que había preguntado a Buñuel por qué la película que da nombre a los premios, ‘Simón del desierto’, aunque acabada había quedado en un metraje reducido, habiendo más guion escrito. Buñuel, siempre humorista, le replicó: “Acábala tú”. Ese surrealismo aragonés de la provocación sin estridencias también estuvo presente; Saura comenzó a divagar sobre las peculiaridades del género femenino y las frecuentes dificultades de relación, para espolear un ambiente más irónico y distendido. No en vano, a la mañana siguiente confesó que había estado viendo un documental en su hotel… en el que una pareja de rinocerontes realizaba el acto sexual.

Un Saura inagotable, que bromeaba con los posibles problemas en el control de la estación por llevar la estatuilla en su equipaje, gesticulando feliz tras la cristalera al pasar sin incidencias. Un Saura que se alegraba de que su foto en la portada del Heraldo de Aragón lo mostrara sonriente, “y no tan serio como siempre”. Un Saura que relataba las dificultades con la censura franquista, con personajes como el funcionario que, al preguntarle por qué eliminaba ciertos pasajes de ‘Los golfos’, sacó una pistola de un cajón y la puso sobre la mesa, diciendo: “¿Vosotros queréis que os organicemos otra guerra civil?”.

Y un Saura también muy culto, dando lecciones sobre música popular, referencias a estilos hermanados por la historia como el flamenco y la jota, reivindicando una resurrección de esta última buscándole nuevos giros, nuevo equipaje ideológico al fin. De múltiples planes paralelos, la noche de la gala se retiró para escribir en su ordenador un texto que tenía pendiente. Prepara un documental sobre el Centro de Arte de Santander, proyecto de Renzo Piano, italiano al que Saura admira por su poética constructiva. No así otros arquitectos de relumbrón, a los que acusa de experimentar “quedándose cortos”.

Respecto a la producción cinematográfica en general, nos contó que cuando veía los puestos de venta de películas en las estaciones de tren, se abrumaba de la gran cantidad de obras disponibles, “absolutamente inabarcable”. En declaraciones a los medios, afirmó que los filmes son, sobre todo, una aventura: que el costumbrismo está condenado a desaparecer dando paso a películas con elementos que proporcionen un plus de aventura y fascinación.

En fin, un Carlos Saura que nos dio a todos una lección de sabiduría y de saber estar. Como colofón, una afirmación rotunda suya en la confidencia del plano corto: “Yo he venido a Zaragoza para ayudaros, y si sirvo de algo estoy encantado”. En público mostró agradecimiento y alegría por recibir nuestro premio, sin duda también sinceros, pero dejó claro que si no hubiera procedido de Aragón, probablemente no habría acudido a recogerlo.

Gracias, Carlos Saura Atarés. En la película ‘Pajarico’, el personaje del abuelo (interpretado por Paco Rabal), homenajea al padre del realizador. Como bien dice justo antes de morir en la preciosa escena que recrea su muerte, “Qué bien se está cuando se está bien”.

Anexo: texto que escribió Antonio Tausiet para el catálogo de los II Premios Simón

Carlos Saura, Premio Simón de Honor 2013

En la historia del cine español hay un nombre que, entre los realizadores que han desarrollado su carrera en el país, sobresale en proyección internacional: el aragonés Carlos Saura (Huesca, 1932). Sin abandonar nunca su primer oficio de fotógrafo, el joven Saura se lanzó al cine –tras pasar por la Escuela de Madrid– con ‘Los golfos’ (1959), una obra que le valió la amistad de su admirado Luis Buñuel, con el que contó como actor para la siguiente, ‘Llanto por un bandido’ (1964).

En las postrimerías del franquismo, logró que su visión crítica fuese reconocida en todo el mundo. A partir de la genial ‘La caza’ (1965) y hasta ‘Dulces horas’ (1981), colaboró con el productor Elías Querejeta, con el que logró un cine poderoso y poético. Posteriormente ha ido alternando los filmes de tesis con su estilizada interpretación de los géneros musicales. Su trilogía con el bailarín Antonio Gades (‘Bodas de sangre’, 1981; ‘Carmen’, 1983, ‘El amor brujo’, 1986) alcanzó un gran éxito mundial.

Entresacamos de sus numerosos trabajos artísticos: la escritura de tres novelas, la ilustración fotográfica de ‘El rastro de Gómez de la Serna’, el documental ‘Sinfonía de Aragón’ para la Exposición Internacional de Zaragoza, sus ‘Fotosaurios’ (dibujos sobre fotos), la dirección escénica de ‘El gran teatro del mundo’ de Calderón, o su próxima película, ’33 días’, sobre Picasso y el Guernica. En toda su obra artística impone su sello de autor, incluso con obsesión, abominando de controles exteriores. Su idea de imaginación entronca con el humorismo pesimista de sus paisanos Gracián y Buñuel, una manera de crear ficciones arraigadas en la realidad.

El Premio Simón de Honor que le concede la Asamblea de Cineastas Aragoneses / Academia del Cine Aragonés (ACA) se suma a otros importantes galardones en su haber, como el Premio de la Academia de Cine Europeo, la Medalla de Oro de la Academia de Cine española, la Orden de las Artes y las Letras de Francia, el Premio Aragón a las Artes, o los Doctorados Honoris Causa de las Universidades Autónoma de México y de Zaragoza.

En la fotografía –realizada por Ana Esteban–, Pedro Aguaviva, Carlos Saura y Antonio Tausiet.